Entramos en uno de los temas importantes de radiestesia y alquimia. Los conocimientos ancestrales de estas disciplinas fueron desarrollados para aplicaciones prácticas y ésta es una de ellas. Si nos remontamos a la antigüedad hasta el origen de los tiempos en que la humanidad empezo a cubrir la Tierra (al menos, la humanidad presente, que es de la que tenemos mayor información ya que se datan hasta trece civilizaciones anteriores a la nuestra sobre este planeta), veremos que, desde el origen aparecen grupos artificiales de piedras, megalitos, dólmenes, menhires, taulas, cromlech, etc que, supuestamente, tendrían un carácter ceremonial o religioso. Obviamente, estos lugares, aparentemente arbitrarios en su elección, deberían reunir alguna condición especial para ser elegidos con motivo de una función tan relevante como esta.
Aparentemente, nada distingue estos emplazamientos de otro cualquiera, así que veamos que ocurre a los ojos de la geobiología. Lo primero que vamos a encontrar, siempre que estas construcciones sean auténticas, es una alteración cosmotelúrica, normalmente producida por la coincidencia de venas de agua con cruces de las redes geomagnéticas terrestres. Sabemos que, en principio, cualquier alteración telúrica de estas características puede suponer un grave riesgo para la salud de quienes se exponen a ella de forma prolongada, pues su nivel bioenergético suele estár por debajo de las 6.000 UB (Unidades Bovis) que sería el límite inferior de tolerancia humana, a partir del cual, resulta nociva la exposición a un campo geomagnético. ¿Porqué, entonces, situaría alguien un altar o un lugar que requeriría, cuanto menos, unas condiciones especialmente favorables?
En realidad, también existen alteraciones cosmotelúricas favorables en la naturaleza, por encima del nivel biótico humano (aproximadamente, entre 6000 y 7500 UB), en rangos de 9000, 11000, 13000, 19000, 24000 y 33000, UB las más conocidas y que reciben el nombre genérico de vórtices para distinguirlos de las geopatías. Estos puntos son difíciles de localizar y se requiere una sensibilidad muy desarrollada pues es necesario utilizar técnicas de teleradiestesia para detectarlos. Es decir, si fuéramos con las varillas o el péndulo por encima de estos puntos, no los detectaríamos a no ser que diera la casualidad de habernos codificado específicamente para ello y que pasaramos casualmente por encima. Esta circunstancia hace que, incluso muchos expertos en geobiología no los consideren como algo que existe en la naturaleza. Por otro lado, aquellos que sí son capaces de identificarlos por sus excepcionales capacidades teleradiestésicas, como Epifanio Alcañiz, son reacios a pensar que se pueda revertir la polaridad, digamos así, de una geopatía. Mi opinión es que ambos están en en lo cierto y, además, existe una tercera opción, que es la de crear un vórtice de manera artificial.
¿En que baso esta afirmación? Las famosas tres pirámides de Egipto en
Giza, por ejemplo, se encuentran formando una posición que es un reflejo
de la constelación de Orión vista desde la Tierra. Esta configuración, conociendo la extraordinaria aficción de los antiguos egipcios por la astrología, resulta excesivamente coincidente para ser casual, no hablemos ya de los tres vórtices que existen en las pirámides. Por tanto, podemos aventurar que dichos vórtices no son naturales, sino creados ad hoc ¿por quién? ese es otro cantar.
Aparte de esto, también es importante saber qué es un vórtice ó, al menos, a qué llamamos de esa manera. En realidad, parece ser que todo campo de energía donde existe un componente intencional, es decir, donde interviene un cierto nivel de conciencia, adquiere negantropía ó entropía negativa, un concepto negado por la segunda ley de la termodinámica y que, sin embargo, es la única explicación plausible a que vivamos en un universo tan absolutamente ordenado. La estructura de estos campos se encuentra sometida a un movimiento cíclico reproduciendo la forma de un toroide, un movimiento sinfín en forma de espiral tridimensional cerrada que recorre esta superficie. La energía circularía, por un lado, desde la superficie exterior hacia el norte magnético y, alcanzado este, recorrería una espiral con forma de remolino hacia el centro, como el agua de un desagüe. En este proceso se produciría una progresiva compresión de carga implosiva, aumento del orden estructural o negantropía, hasta alcanzar la singularidad en el centro, lo que en física llaman agujero negro si coincide en un punto. La entropía, por otro lado, sería también una fase explosiva del movimiento anteriormente citado, una parte imprescindible, ya que no se puede ordenar lo que ya está ordenado ¿correcto? (estaríamos hablando una expresion gráfica tridimensional del diagrama chino del Yin Yang, donde cada parte se convierte en su contraria en un movimiento cíclico permanente).
En condiciones normales, simples, un toroide tiene un canal de implosión y otro de explosión con una singulariadad en su centro, dejémoslo ahí. Cuando se trata de un organismo de alta complejidad, como el caso de un planeta y más aún, un planeta tan "activo" como el nuestro, es fácil que aparezcan vórtices secundarios como, en realidad ocurre. En el caso de planetas y astros en general el vórtice principal tiene una dirección axial N-S y los vórtices secundarios serían como "poros" (o portales) de respiración electromagnética (en el caso del sol, sin ir más lejos, podemos identificarlos visualmente en las denominadas "manchas" solares). De forma natural, estos vórtices surgen de forma espontánea y, aparentemente, aleatoria en los puntos en que existe una tensión determinada. Esta tensión necesaria se puede producir también por medio de técnicas o procedimientos voluntarios.
Por tanto, tenemos estas tres opciones. Bien encontramos un vórtice y lo aprovechamos (normalmente, no va a ser el lugar más adecuado pero se puede aprovechar),
bien encontramos y lugar geopático y lo armonizamos o bien, de acuerdo con mi exposición, elegimos el sitio y creamos un vórtice artificialmente. En principio, lo más fácil es lo segundo ya que, cuando buscamos una geopatía, lo hacemos en un ámbito restringido y sabemos que la acumulación de varias alteraciones, casi siempre, es más geopatógena. Entonces ¿qué podemos hacer cuando nos encontramos con una geopatía? La respuesta es armonizar el lugar con operaciones de geopuntura, exactamente como hacian nuestros ancestros,...
En condiciones normales, simples, un toroide tiene un canal de implosión y otro de explosión con una singulariadad en su centro, dejémoslo ahí. Cuando se trata de un organismo de alta complejidad, como el caso de un planeta y más aún, un planeta tan "activo" como el nuestro, es fácil que aparezcan vórtices secundarios como, en realidad ocurre. En el caso de planetas y astros en general el vórtice principal tiene una dirección axial N-S y los vórtices secundarios serían como "poros" (o portales) de respiración electromagnética (en el caso del sol, sin ir más lejos, podemos identificarlos visualmente en las denominadas "manchas" solares). De forma natural, estos vórtices surgen de forma espontánea y, aparentemente, aleatoria en los puntos en que existe una tensión determinada. Esta tensión necesaria se puede producir también por medio de técnicas o procedimientos voluntarios.
Por tanto, tenemos estas tres opciones. Bien encontramos un vórtice y lo aprovechamos (normalmente, no va a ser el lugar más adecuado pero se puede aprovechar),
El Escorial
y, exactamente, como hacen en la actualidad quienes desean acumular poder.
Vaticano
Washington
No obstante, nuestros ancestros eran más cuidadosos con las energías que manejaban y sumamente respetuosos con las leyes naturales, entendiendo que las mejores condiciones para que el hombre desarrolle sus actividades y sus facultades físicas, emocionales, intelectuales y espirituales dependen de la armonía que haya conseguido establecer con su entorno. Para ello, existían quienes se dedicaban enteramente al entendimiento de las leyes de la naturaleza y a estudiar las formas de relacionarse e interactuar con ellas. Llegado el punto en que se descubrió la forma de armonizar una alteración cosmotelúrica para convertir un lugar geopatógeno en un lugar de poder, empezaro a utilizarse estas configuraciones, primero en forma de menhires, la versión original de los actuales obeliscos que inundan los centros de poder mundiales, luego en forma de dolmen, taulas o puertas y, más adelante, en forma de configuraciones circulares, recintos de configuración astrológica y combinaciones de las anteriores hasta empezar a construir templos. Todos estos lugares sagrados se denominan también lugares de poder, entendiendo que el influjo energético que se activa en ellos puede concentrarse para que un personaje sea capaz de canalizar su intención y alinearla con la voluntad cósmica de un modo determinado.
Existen multitud de configuraciones que pueden dar como resultado la armonización de una alteración telúrica, sin que exista una regla fija o predeterminada. Algo que resulta de suma importancia y difícil de asimilar con el intelecto es que, en este tipo de actuaciones, domina más la parte ritual, intencional y simbólica que la acción física en sí. Por ello, a los efectos de armonización de cualquier espacio, se requiere una preparación e intención adecuadas para producir unos efectos favorables. Afortunadamente, esos efectos son medibles y comprobables. Existen técnicas de acupuntura terrestre que pueden utilizar determinadas varas de especies vegetales en sustitución de las piedras. En todos los casos, lo importante es establecer un interface con la Tierra a modo de conexión energética. El funcionamiento de estos fenómenos daría para mucho más de lo que aquí se pretende abarcar y , sin embargo, su conocimiento resulta imprescindible para su aplicación.
Con el tiempo, la especialización de estas técnicas ha dado lugar a la introducción de la geometría como un ingrediente adicional de los lugares de poder, potenciando las energías propias del lugar con cualidades añadidas contenidas en la información geométrica. Sabemos que existen formas capaces de generar campos energéticos. Estos campos se forman a partir de las denominadas ondas de forma, una forma curiosa pero acertada de describir el fenómeno por el cual una forma es capaz de generar por sus geometrías internas, sus colores o por su simbolismo, sin más, un campo electromagnético.
Como ya hemos dicho en varias ocasiones, cualquier campo de energía es susceptible de interferir sobre otros dentro de sus límites de influencia. Si, además, entendemos que cualquier forma de pensamiento genera una onda de forma-pensamiento capaz de interferir con la realidad que nos rodea, ésta se vuelve mucho más compleja de lo que aparenta.