El presente artículo viene a poner de relieve cómo la conciencia se extiende a todos los actos que la propia conciencia crea. Si la creación del hombre, en nuestro caso la arquitectura, tiene una intención consciente por cuanto viene a ser un complemento o extensión de nuestra parte física, la edificación tiene una interacción biológica y no se trata de una simple masa inerte. Veamos cómo y porqué.
En primer lugar, debemos partir de lo genérico y ampliamente aceptado por la ciencia ortodoxa. Sabemos, a través del postulado principal de la Teoría de la Relatividad de Einstein, que materia y energía son conceptos
equivalentes; es decir, puesto que todo a lo que tenemos acceso con nuestra percepción básica a través de los cinco sentidos es material, podemos llegar a la conclusión que aquello que vemos, tocamos, sentimos con nuestra piel, oímos o gustamos es, básicamente, energía en una forma más o menos densificada. También sabemos, en mayor o menor medida, que existen otros tipos de energía como la luz que recibimos del sol, la energía eléctrica que hace funcionar nuestros hogares, que un coche se mueve debido a la fuerza térmica producida al quemar combustible en el interior de su motor ó que la fuerza del viento es capaz de producir movimiento que se puede transformar en trabajo ó energía... y poco más.
equivalentes; es decir, puesto que todo a lo que tenemos acceso con nuestra percepción básica a través de los cinco sentidos es material, podemos llegar a la conclusión que aquello que vemos, tocamos, sentimos con nuestra piel, oímos o gustamos es, básicamente, energía en una forma más o menos densificada. También sabemos, en mayor o menor medida, que existen otros tipos de energía como la luz que recibimos del sol, la energía eléctrica que hace funcionar nuestros hogares, que un coche se mueve debido a la fuerza térmica producida al quemar combustible en el interior de su motor ó que la fuerza del viento es capaz de producir movimiento que se puede transformar en trabajo ó energía... y poco más.
Para la mayoría de las personas de nuestra sociedad moderna es inconcebible ir más allá de aquello que se puede comprobar con la vista, el oído o el tacto y, dado que este nivel de experiencia limita mucho las posibilidades de conocer la realidad, el ser humano común recurre a completar su visión del mundo a través de información foránea que procede fundamentalmente de los dogmas de la cultura imperante, donde tienen una gran influencia los medios de comunicación de masas y la religión. En este contexto cultural, donde la información que recibimos viene ya predigerida y la experiencia personal es tan pobre, las posibilidades de comprensión de la realidad son realmente limitadas. La única fisura que existe en este sistema y que constituye la auténtica posibilidad de eliminar estas limitaciones es la posibilidad de comprobar personalmente que la cosmología oficial difiere sustancialmente de la realidad comprobable, a poca atención que ponga uno en lo que observa a su alrededor. Dicho esto, queda de manifiesto que el presente artículo va dirigido a una reducida minoría de personas, aquellas capaces de aceptar que la realidad es mucho más compleja y, a la vez, más simple si nos esforzamos en aceptar la existencia de otros niveles de energía a nuestro alrededor.
Básicamente, tendremos que aceptar que, en cuanto materia, somos esencialmente constituidos por energía, pero ¿qué clases de energía hay? Los experimentos más popularmente conocidos de la física cuántica ponen de relieve la existencia del pensamiento o, generalizando, la conciencia como la enzima o catalizador que precipita o condensa la materia, luego estamos hablando de una energía cuyo origen es la conciencia y, en última instancia, de que todo es y, por tanto, tiene consciencia. Pero ¿cómo crea, como codifica la conciencia esa energía para condensar la materia? La física moderna también reconoce la existencia de múltiples dimensiones que coexisten y cuyas energías permean e intercambian información en diferentes niveles. Además, toda energía es susceptible de ser codificada y reducida a una vibración con una forma de onda determinada. El código formativo puede expresarse matemáticamente, es decir geométricamente. Por tanto, queda manifiesto que existe un campo de conciencia que emite formas de onda (u ondas de forma) que pueden ser expresadas geométricamente en múltiples dimensiones y que se manifiestan en cada una de ellas de forma específica.
Si llegamos a la conclusión de que toda materia está originada por la conciencia y que somos parte de ella, entonces, es fácil poder reconocer que el universo es una gran sopa de conciencia y que, consecuentemente, todo lo que nos rodea está constituido por diferentes formas de manifestación de este fenómeno. Este fenómeno es único aunque se manifiesta de forma múltiple y cada aspecto de la manifestación remite a la totalidad, lo cual no es más que una descripción del concepto holográfico, otro de los puntales de la física moderna. A su vez, el concepto holográfico nos remite al de fractalidad, que no es más que una propiedad que manifiesta la autoreferencia y posibilidad de anidamiento geométrico de forma infinita y, por tanto, de acumular, transmitir y comunicar información entre lo grande y lo pequeño, haciendo expresión del célebre Principio Hermético de Correspondencia “como arriba, es abajo” enunciado hace más de 5.000 años.
Otra idea importante está relacionada con el concepto de campo, entendido como ese lugar físico o conceptual en el que rigen ciertas fuerzas y leyes de funcionamiento. La energía se organiza a través de campos y existen campos energéticos muy diversos, todos ellos con un origen consciencial. Una de las propiedades que contempla la teoría de campos es su capacidad de interferencia. Es decir, existen niveles de energía en los que los diferentes campos pueden alterar las condiciones de otros campos si entran en contacto o se superponen con ellos. Finalmente, es necesario dar una pincelada sobre la anatomía energética del hombre, aunque aquí ya entramos en sutilezas en las que la ciencia ortodoxa no tiene instrumental para medir y calibrar.
Podemos identificar, a nivel básico, un componente material y energético en el estado más denso que llamamos campo o cuerpo físico-etérico, también una parte regida por cierta sensibilidad y lenguaje interno de tipo emocional que, si bien se superpone a la anterior, intuimos como algo con un funcionamiento diferente y que tiene cierta autonomía, el cuerpo emocional; además, podemos identificar una tercera parte regida por el pensamiento, las imágenes, los sonidos y palabras, el razonamiento, etc que constituye el cuerpo mental y aquí nos quedamos, de momento. Esta relación energética del hombre y todo elemento terrestre con el cosmos se manifiesta a través de las seis direcciones espaciales, cuatro horizontales asociadas a los puntos cardinales, el eje magnético y la rotación terrestres y dos verticales, una cósmica y otra telúrica y cuya expresión geométrica es el octaedro.
Dado que toda energía se corresponde con una forma y esta relación es biunívoca, a cada forma corresponde un patrón energético. Esto se cumple tanto a nivel de la geometría de una molécula de ADN como al nivel de una pirámide egipcia o al de una esfera solar. Toda materia se corresponde con una forma interna, por su composición molecular y una forma externa determinada por sus límites espaciales y toda forma crea un campo de energía en una frecuencia propia, llamada onda de forma que puede interferir con la energía de otros campos de similar nivel de vibración. En este sentido, las ondas de forma interfieren directamente con los campos energéticos sutiles del ser humano, el cuerpo etérico, el astral y el mental, básicamente, y pueden ser bioestimulantes, neutras o biodegenerativas. Cada material también genera o induce campos de energía procedentes de su estructura interna a nivel molecular. La información que contienen estos campos puede ser de origen natural o codificada artificialmente por diferentes procedimientos, como en el caso de los símbolos, mandalas y yantras, los remedios homeopáticos o florales o, bien, los resonadores radiónicos, por poner algunos ejemplos. Este punto es esencial cuando se trata de una construcción habitable, tan esencial como desconocido. Existen, además, infinidad de otros campos de energía que interfieren con el biocampo humano, ondas de radio, microondas de telefonía móvil y wifi, ondas ELF producidas por la corriente eléctrica, las generadas por todos los aparatos eléctricos y pequeños transformadores de la vivienda, etc, todas ellas nocivas y capaces de atravesar cualquier material de construcción, lo mismo que ocurre con las emisiones que estudia la radiestesia, procedentes de las líneas geomagnéticas de la Tierra, redes en forma de cuadrícula según los ejes magnéticos terrestres y a 45º de los mismos que tienen diferentes dimensiones y actividad geopática, la cual se incrementa en presencia de otros campos electromagnéticos y en la vertical de corrientes de agua subterránea (incluidas las aguas canalizadas y desagües) y fracturas o fallas geológicas.
Más allá de todo lo anterior, se encuentra la propia energía vital que ocupa la biosfera terrestre, cuya generación y movimiento es imprescindible para alimento de todos los organismos vivos y que recibe diferentes denominaciones según la cultura de que se trate, tales como éter, qi ó chi, prana, orgón, etc y a la que, en coherencia con esta exposición, llamaremos energía etérica pues su función principal es nutrir el cuerpo físico-etérico. La gestión de esta energía en relación con las construcciones es el objeto de disciplinas como el Vastu o el Feng Shui, cuando tratamos con espacios habitables.
Si utilizamos una analogía biológica, cada parte de una vivienda se puede asemejar a las constituyentes de los sistemas vitales. Así podemos ver como una vivienda dispone de una estructura o esqueleto y una piel o cerramiento, un sistema circulatorio y de evacuación de aguas, un sistema nervioso o eléctrico, aparato digestivo o cocina, sistema respiratorio con ventanas y puertas que, a su vez, permiten ver y establecer un contacto con el exterior, un sistema de regulación de la temperatura y, asimismo, las funciones de dormitorios y baños pueden asociarse a ciertas funciones orgánicas. Por tanto, a nivel conceptual, la vivienda se podría asemejar bastante a una réplica inanimada de un ser vivo ¿no es cierto? Además, la vivienda dispone de ciertos organismos, humanos o no, que circulan por su interior realizando diferentes actividades y haciendo que las funciones de la vivienda, a su vez, entren en acción. Por tanto, la casa se construye para vivirla y, en mi opinión, aquello que se vive también tiene vida, pues la complejidad de campos de enenrgía y conciencia que la constituyen entran en convivencia e interferencia necesariamente con los de sus habitantes y visitantes, constituyento un todo. Pero ¿es esto un despropósito? Las antiguas tradiciones esotéricas y mágicas, como la Kabala hebrea, hablaban de procedimientos para animar la materia inerte mediante la construcción de un gólem, por ejemplo, acción en la que tiene un papel fundamental el componente ritual e intencional. Con independencia de lo estrafalario que esto pudiera parecer, considero que, al menos a cierto nivel y a la vista de todo lo comentado anteriormente, no se puede descartar el hecho de que, cuando se construye una vivienda y se pone una gran carga emocional y esfuerzo en tal empeño, se cuida el lugar donde se asienta y los materiales que la constituyen y se contemplan los factores y posibles afecciones antes mencionadas, más aún si se construye con las propias manos, existe un ritual de acción e intención mediante el que proyectamos deseos y emociones por el cual, esa construcción o conglomerado de materia, adquiere forzosamente un cierto nivel de coherencia consciente que será muy provechoso para sus ocupantes si se ha atinado lo suficiente. Del mismo modo, si no se han considerado las posibles afecciones negativas, bien procedentes del terreno, del entorno electromagnético, de los materiales de construcción, de las formas empleadas o de cómo funciona y circula la energía etérica por la vivienda, cosa que me atrevo a afirmar ocurre en el 99% de los casos, adquirir y habitar una vivienda se puede convertir en una auténtica lotería de imprevisibles consecuencias.
La vivienda puede ser un espacio amigable que aporte vitalidad y prosperidad a sus habitantes, armonía en las relaciones, un espacio saludable y sanador para la familia y, como no, un campo de energía viva y consciente que actúe en resonancia con nuestros campos sutiles y contribuya al propio desarrollo evolutivo y espiritual. Con esta intención se elevaron en la antigüedad magníficas construcciones cuya presencia aún nos sobrecoge.
También existen casos particulares de construcciones donde nuestro inconsciente envía señales negativas y nos producen inquietud y rechazo. No discutiría que ciertos edificios poseen un refinado nivel de inteligencia
derivado de sus formas y su integridad geométrica interna y externa. En cualquier caso, si atendemos a la relación materia-energía-conciencia y al poder creador del pensamiento reforzado por las emociones y los procesos rituales, podemos comprobar que todos estos ingredientes se encuentran presentes en la construcción de una vivienda y, por tanto, esta construcción es algo cualitativamente más complejo que un simple contenedor hueco.
Por otro lado, una construcción puede acumular tal cantidad de infortunios como para llegar a ser tremendamente perjudicial para sus ocupantes. Esto puede traducirse en problemas de salud, laborales y relacionales y, si bien el caso extremo es excepcional y la mayor parte de las edificaciones se encuentran en una zona intermedia, el asunto es lo suficientemente grave como para ser ignorado sin más. También es preciso decir que la mayor parte de las construcciones existentes, yo diría que actualmente un 75% al menos, se encuentran entre el estado neutro y el más nocivo dado que, debido a la acumulación de factores negativos en las ciudades, donde se concentra la mayoría de las edificaciones, la calidad biótica es siempre inferior a los niveles necesarios para nutrir nuestro organismo. El 90% del espacio urbano actual se puede considerar enfermo en cuanto a los niveles energéticos biocompatibles se refiere. Este es el motivo por el cual sentimos esa acuciante necesidad de contacto con los espacios naturales.
(*) Chi negativo
(*) Chi positivo